La llegada de NutriScore a España en 2021 levantó una enorme expectación. El ciudadano quiere comer mejor y confía en un sistema que le ayude a llenar la cesta de la compra con alimentos más saludables.
Dos años después, los expertos en nutrición reconocen que el sistema, sin ser malo, tiene carencias.
Alba Santaliestra, doctora en Nutrición por la Universidad de Zaragoza y miembro de honor de la Academia Española de Nutrición y Dietética, reconoce que uno de los puntos débiles es que “no se ha contado con el asesoramiento de dietistas-nutricionistas. De haberlo hecho, quizás se hubiera optado por otro tipo de etiquetado frontal más directo”.
¿Por qué sí aparece en la bollería, pero no en el brócoli?
De entrada, solo se aplica en productos envasados, no en los frescos.
Y, en cualquier caso, es de carácter voluntario. Ningún fabricante tiene obligación de incorporarlo, pero hacerlo aporta confianza al consumidor y permite a las marcas ‘competir’ con las de la competencia para ganarse su favor.
Así funciona la calculadora de NutriScore
El cálculo del NutriScore de un alimento es relativamente simple. El sistema valora de forma positiva la presencia de proteínas, fibra o frutas, verduras, legumbres y frutos secos y aceite de oliva, colza o nueces.
En cambio, penaliza la presencia de ácidos grasos saturados, los azúcares simples, la sal y una cantidad elevada de calorías.
Cada nutriente o valor calórico se puntúa con un valor numérico definido por unas tablas predeterminadas y públicas. Puedes consultarlas en la web de la AESAN.
Cuanto más baja sea la puntuación, el producto tendrá una calificación A o B (verde oscuro y verde claro, respectivamente). Es importante recalcar que tener una buena puntuación no significa que el alimento sea nutricionalmente saludable. Solo indica que tiene mejor perfil nutricional que otros de la misma categoría.
Las peores notas corresponden a las letras D y E (naranja y rojo, respectivamente) e indican una alta presencia de alguno o de varios de los cuatro elementos de valoración negativa.
Un NutriScore C se queda para las calificaciones intermedias.
Creado para orientar al consumidor, también beneficia a la industria
El etiquetado frontal NutriScore permite al consumidor hacerse una idea de la calidad nutricional de un alimento en comparación con otros similares, pero nadie le obliga a hacer la compra fijándose solo en esa clasificación.
Sin embargo, la industria también usa el propio algoritmo de NutriScore para reformular alimentos con menor valor nutricional y poder venderlos como alimentos más saludables, aunque no lo sean.
A ninguna marca le interesa llegar al lineal con una calificación E. Por eso muchas veces modifican sus formulaciones para mejorar su puntuación. Las estrategias son diversas:
– Reducir ingredientes críticos. Quitar azúcar (o grasas saturadas o sal) y convertirlos en productos light o con un 30% menos de azúcares, mejora el cálculo de su NutriScore.
– Añadir ingredientes positivos. Aparecen alimentos con más fibra, más proteínas o con frutas.
Un ejemplo fácil de visualizar son los cereales de desayuno. “Pueden pasar de una C a una B reduciendo azúcares o, incorporando algún tipo de fruta o fibra. Comparados con otros cereales serían los mejor puntuados, aunque sigan sin ser la opción más saludable para desayunar”, señala Santaliestra.
Algo similar sucede con snacks fritos que reducen la sal, galletas que añaden fibra o productos veganos con un altísimo contenido en sal y que, sin embargo, obtienen una puntuación B. Es decir, podemos encontrar alimentos con una A o B que no sean recomendables para un consumo frecuente.
¿Cómo se podría mejorar?
El talón de Aquiles de este sistema es que el consumidor ve solo la nota final, pero no se le advierte sobre el contenido en ingredientes críticos.
Uno de los etiquetados frontales a los que se suelen referir como mejores es el etiquetado de advertencias octogonales que ya existe en países como Chile o México. Consiste en octágonos negros de tamaño considerable donde se advierte si un alimento es ‘alto en azúcares’, ‘alto en sodio’ o ‘alto en calorías’.
También se suele valorar positivamente el semáforo nutricional, que desglosa por colores (siendo el verde el más adecuado y el rojo, el menos), los distintos macronutrientes, como grasas o sal.
La Comisión Europea y organizaciones profesionales, como la Federación Europea de Asociaciones de Dietistas (EFAD), no se han pronunciado todavía sobre cuál de los sistemas frontales de etiquetado podría ser el mejor. De hecho, la estrategia europea ‘De la granja a la mesa’ incluye entre sus objetivos la armonización de un sistema de etiquetado frontal para la UE. “Por eso hubiera sido más adecuado que el Gobierno de España esperara para optar por el mejor etiquetado según la evidencia científica”, apunta Santaliestra.
Reconoce que “cualquier sistema necesita ser muy claro para el consumidor. Ese es uno de los fuertes de este etiquetado. En cambio, permite ocultar opciones con muchas grasas, sal o azúcar. Es decir, no sirve para premiar las mejores opciones, ni penaliza las opciones menos saludables”.
Sigue siendo necesaria la educación nutricional
De nada sirve llenar el etiquetado frontal de informaciones, semáforos o clasificaciones si el ciudadano carece de las herramientas para interpretarlos.
“Hay que invertir en la formación nutricional a la población”, insiste Santaliestra. Reconoce que hay mucha información en Internet, con comparaciones y opiniones, pero no una formación rigurosa y desinteresada. La alfabetización nutricional de la población es uno de los retos que se nos presenta para poder elegir con tanta oferta alimentaria actual.
El ciudadano tiene derecho a saber, entre otros, qué riesgos para su salud comporta un nivel alto de sal o de azúcar, saber que no todos los carbohidratos son iguales, qué relación hay entre grasas saturadas y colesterol o qué función cumple la fibra.
También hay que insistir más sobre qué significa el propio NutriScore. “Y en ese sentido no se ha hecho ningún trabajo adicional, ni con el ciudadano, ni tampoco con los profesionales”, se queja Santaliestra.
Errores habituales que confunden al consumidor
- Creer que el etiquetado de alimentos con NutriScore señala alimentos mejores que los que no lo llevan. Llevarlo o no es una decisión estratégica corporativa, no una imposición legal.
- Comparar productos distintos. Este sistema compara productos de igual categoría: galletas con galletas, pizzas con pizzas… No tiene sentido comparar entre sí galletas, zumos o conservas de verduras.
- Considerar que cualquier A o B es mejor que un C. Un producto light con menos grasa, como por ejemplo una mayonesa light, podría verse como mejor que uno más calórico solo porque este tenga más grasa naturalmente presente, aunque la grasa o el aceite vegetal de la versión light pueda no ser el más adecuado
- Descartar los productos que no lo llevan. No hay obligatoriedad legal de llevarlo. En concreto, los productos frescos o mínimamente procesados, como el pan, están exentos de llevarlo.
- No mirar la información nutricional. Que un producto sea A, B o D es el resultado de la suma de diversas variables. Se debe seguir mirando el listado de ingredientes porque conocer lo que lleva o el contenido de cada nutriente (cuántas proteínas aporta, cuánto calcio…) permite valorar de forma precisa si nos conviene o no.
- Priorizar los alimentos A sobre los frescos. La alimentación debe basarse, sobre todo, en alimentos frescos o mínimamente procesados, que son los que no llevan ninguna clasificación.
Se puede producir la paradoja de pensar que el pan de molde es mejor que una barra de pan solo por llevar el etiquetado frontal. O comprar unas albóndigas vegetales con un NutriScore B, pero con un contenido muy alto de sal que las convierte en una opción poco indicada para consumir frecuentemente.
La polémica de las excepciones y un futuro incierto
Los países mediterráneos – España e Italia – ven con disgusto un sistema que penaliza algunos pilares de su dieta, como el aceite de oliva. No obstante, en la última revisión los responsables de NutriScore han mejorado su valoración, aceptando que se incluya dentro del epígrafe ‘frutas, verduras y legumbres’ con una calificación B.
Con todo, la Autoridad Italiana de Competencia (AGCM) anunciaba el pasado verano que prohibía a todos los productos distribuidos en ese país llevar el etiquetado de la discordia.
Tres son los motivos principales tras esta decisión:
1. Podría inducir a error al ciudadano a la hora de elegir.
2. No se ha hecho en base a evaluaciones científicas universalmente aceptadas, sino con un algoritmo.
3. Toma como referencia la medida de 100 gramos (o 100 ml), cuando, de algunos productos, la ración habitual de consumo es menor o mayor .
Idénticas razones llevaron a la discordia entre NutriScore y el aceite de oliva en nuestro país. Inicialmente se clasificó como C, sin tener en cuenta su papel en una dieta cardiosaludable. Por este motivo el Ministerio de Consumo ya lo había excluido de ese etiquetado.
En Francia, los productores de queso Roquefort también han protestado ante este sistema, algo similar a lo sucedido en nuestro país con el jamón ibérico.
Muchas sombras e incertidumbres en un sistema de clasificación que, para funcionar dentro de las políticas de salud pública, debería contar con un alto consenso entre profesionales de la nutrición, la industria alimentaria y asociaciones de consumidores.
El Consejo de ALDI
Invitar a los niños a participar de forma activa en la compra familiar y enseñarles a interpretar el etiquetado frontal y posterior ayuda a que entiendan cómo llevar una dieta saludable.
Alba Santaliestra. Presidenta del Comité Científico, miembro del Cuerpo de Académicos y miembro de Honor de la Academia Española de Nutrición y Dietética. Dra. en Epidemiología y Salud Pública, Licenciada en Ciencia y Tecnología de los alimentos y Diplomada en Nutrición Humana y Dietética por la Universidad de Zaragoza. Investigadora postdoctoral en el Instituto de Investigación Sanitaria de Aragón, Instituto de Salud Carlos III, Centro de Investigaciones Biomédicas enRed y Fisiopatología de la obesidad y nutrición (CIBER-Obn). Instagram @albasantaliestra