Seguro que en los últimos años te has topado con titulares parecidos a ‘Cinco superalimentos que tienen que estar en tu dieta’, ‘Los superalimentos indispensables para pasar la cuarentena con salud’ o ‘El último superalimento que tienes que probar’.
Como si se tratara de unos superhéroes de Marvel o de los componentes del Equipo A, si eres de la generación de la EGB, se presentan como un puñado de superhéroes de la nutrición, pero sin capa.
Y ya que nos ponemos, sin tener más propiedades nutricionales que otros más habituales en nuestra lista de la compra. Por resumir, los superalimentos con superpoderes no existen.
Pero, ¿qué es eso de los superalimentos?
El término superalimento surge hace ya algunas décadas como una estrategia de marketing para vender ciertos productos dietéticos y hasta libros con dietas presuntamente más saludables que otras.
Así las cosas, a la pregunta de qué son los superalimentos solo podemos responder que son alimentos que nos pintan bonitos para que los compremos convencidos de que son mejores que otros.
Pero, “a fecha de hoy podemos afirmar con mucha garantía científica de que no existen los superalimentos”, afirma rotundo Giuseppe Russolillo, dietista-nutricionista, doctor en Nutrición Humana por la Universidad de Navarra y presidente de la Academia Española de Nutrición y Dietética.
No alimentan más que otros, ni se digieren mejor que otros muchos, ni aportan cualidades organolépticas apabullantes que no tengan, por ejemplo, el plátano, el lenguado o el romero. Y, desde luego, no curan nada.
Ni curan, ni nos mantienen a salvo de enfermedades
Pese a los muchos bulos que circulan en Internet con supuestos testimonios de personas que se han curado de tal o cual enfermedad comiendo a diario tal o cual alimento, la ciencia no avala que haya un alimento que por sí solo cure.
Tampoco que por sí solos prevengan enfermedades (no, la miel no evita los catarros).
Pese a que hay grupos de alimentos con bastante evidencia científica en ambos sentidos, no podemos perder de vista que los alimentos llegan al cuerpo siempre en el contexto de una dieta que puede ser más o menos saludable.
En palabras de Russolillo “no hay alimento conocido que nos aporte una mega dosis de un nutriente esencial. Y aunque lo hubiera, a fecha de hoy tampoco podemos decir que esa mega dosis pueda tener un efecto beneficioso sobre la salud. Conocer el arte de combinar todos ellos junto a un estilo de vida activo, es lo que puede desplegar grandes beneficios para la salud.”.
Además de nutrientes, los alimentos, y sobre todo los vegetales, contienen compuestos bioactivos, en los que se sigue investigando.
Con muchos superalimentos o con sus componentes se han hecho estudios de investigación a nivel básico, es decir, aplicados a animales o cultivos celulares. El objetivo es entender mejor sus supuestas propiedades fisiológicas para el organismo. Sin embargo, hasta la fecha no se ha logrado evidencia suficiente en seres humanos sobre esos posibles efectos.
Por otra parte, una cosa es la cantidad concentrada de ese compuesto del alimento y otra el alimento en sí. Por ejemplo, la silimarina del cardo en extracto concentrado no se comporta igual que la silimirana de un plato de cardo. Y así muchos otros ejemplos.
En lo que sí hay evidencia es que hay grupos de alimentos, como las legumbres, los frutos secos, las hortalizas o el aceite de oliva virgen extra, cuya ingesta disminuye el riesgo relativo de algunas enfermedades crónicas. En cambio, otros grupos aumentan ese riesgo, como las carnes procesadas.
Pero nunca un alimento por sí solo tiene todo ese efecto.
¿Qué hace falta para ser un superalimento?
Ya hemos visto que los superalimentos surgen como una estrategia de marketing para vender lo que sea. En el libro Diet Cults, el nutricionista Matt Fitzgerald sitúa el primer uso del término en 1947 para promocionar un muffin.
El concepto languideció durante unas décadas hasta que a finales de los 90 y principios de los 2000 cogió carrerilla. La dieta con superalimentos se convirtió otra vez en una poderosa arma para vender alimentos poco conocidos o de sabor extraño.
No hay reglas escritas para que un alimento de pronto se apropie del prefijo súper. Pero entre los superalimentos de la lista suelen coincidir algunas o todas estas circunstancias:
- Un punto de exotismo. Que se importen desde zonas remotas, jamás hayamos escuchado hablar de ellos o no sepamos cómo cocinarlos, ayuda. El melón de Villaconejos nunca lo será. En cambio, la quinoa es un superalimento.
- Nuevos alimentos. Muchos de ellos, como la chía o las bayas de goji, pertenecen a la categoría de ‘nuevos alimentos’ según el Reglamento (UE) 2015/2283. Es decir, no eran de consumo habitual en Europa hasta hace nada.
- Nombre inusual. Cuanto más difícil de pronunciar o de escribir, más probabilidades de entrar en la lista. Para muestra, el camu-camu, el kale o el alga chlorella.
- Alto contenido en vitaminas y minerales, antioxidantes o proteínas de origen vegetal. Es el caso de la moringa.
- Dificultad de encontrarlo o exclusividad. Lo vivimos cuando se puso de moda la quinoa. Solo se encontraba en unas pocas tiendas y eso daba a quienes la comían cierta sensación de privilegio.
- Intereses de la industria. Aquí la reina es la cúrcuma. Esta especia se promociona como ‘el ibuprofeno natural’ por las propiedades de la curcumina. La AESAN recuerda que esos posibles efectos beneficiosos no están probados y, en todo caso, son en grandes cantidades. Es decir, en comprimidos, nunca en tu pollo al curry.
- Bonito para Instagram. ¿Qué sería de las tostadas en esa red social sin el verde intenso del aguacate o, mejor dicho, #avocado?
- De agricultura sostenible. El sello ‘bio’ siempre añade cierta pátina de superioridad. Pero una cosa es que el cultivo tenga una menor huella de carbono y otra que esos alimentos sean casi milagrosos.
Basta navegar un poco por Google para encontrar ‘la dieta de los superalimentos’, ‘superalimentos veganos’ y hasta ‘superalimentos naturales’, como si una manzana, unas acelgas o unas alitas de pollo no fueran naturales.
Jugando al escondite con la legislación
Con la aprobación del Reglamento 1924/2006, la Unión Europea prohibía la comercialización de productos publicitados con declaraciones nutricionales y de propiedades saludables no ratificados por las autoridades comunitarias.
No se puede decir expresamente que un alimento tiene propiedades curativas o que es más saludable que otro. Pero nada impide lanzarlo al mercado como un superalimento porque el término en sí mismo no significa nada. En ocasiones hasta se apoyan de estudios no siempre exentos de sesgo, cuyos investigadores no ocultan conflictos de interés al aceptar la financiación de una determinada marca que busca resultados favorables hacia su producto.
Los medios de comunicación con titulares exagerados, los influencers que buscan el clickbait y la imaginación del propio consumidor se encargan de hacer todas esas asociaciones apoyadas en los estudios que el fabricante no hace de forma explícita. “Por eso en la Unión Europea se avanza poco a poco hacia una regulación de la publicidad alimentaria cada vez más estricta”, destaca Russolillo.
Las lentejas son un superalimento tan válido como el kale
Cualquier legumbre (o fruto seco u hortaliza) de nuestra huerta es igual de rica nutricionalmente hablando que otros alimentos más novedosos, como el kale. Pero hasta que Beyoncé salga con una camiseta que ponga ‘lentejas’ y no ‘kale’, esta humilde legumbre jugará siempre con desventaja.
Lo que debe quedar claro es que ningún alimento – ni el kale, ni la lenteja – tiene superpoderes. Cada ingrediente proporciona ciertos nutrientes en mayor o menor cantidad, pero el beneficio no está en ese alimento en solitario, sino en el conjunto.
“Muchos nutrientes y sustancias antioxidantes actúan en sinergia con otros de otros alimentos. De ahí la importancia de que, para potenciar el efecto beneficioso de los alimentos, especialmente los vegetales, hagamos una dieta variada”, insiste Russolillo.
Tampoco hay alimentos perjudiciales… salvo que se tomen en exceso
No hay constancia de que un superalimento de origen vegetal provoque efectos negativos sobre la salud siempre que se tome en dosis razonables. Otra cuestión es fantasear con sus posibles efectos beneficiosos e ingerirlos en grandes cantidades.
Aquí los riesgos para la salud son los mismos que si basamos toda nuestra dieta en la piña, la naranja o las verduras de hoja verde. “La naranja es un alimento maravilloso para la salud. Pero tomar 5 kilos al día podrían tener efectos nocivos sobre el tracto gastrointestinal o provocar acidez gástrica”, recuerda Russolillo.
En resumen, con la dieta, variedad, moderación y sentido común. “Más aún, yo aconsejaría ser prudentes con alimentos que no sean propios de nuestra cultura gastronómica. Lo hemos visto con el consumo de ciertas algas, cuyo consumo excesivo ha afectado a la función de la tiroides”, advierte Russolillo.
En Japón o China, en cambio, llevan miles de años comiéndolas, están genéticamente adaptados y las metabolizan sin problemas. En España, una ración de 8 gramos de alga kombu, la más rica en yodo, excede en 180 veces las recomendaciones de este mineral para la población adulta.
El Consejo de ALDI
Recuerda que ningún alimento aporta todos los nutrientes que necesitamos. Aunque sea muy saludable, necesitas llevar una dieta saludable, variada y equilibrada para mantener la salud.
Giuseppe Russolillo. Presidente de la Academia Española de Nutrición y Dietética. Presidente de la International Confederation of Dietetic Associations (ICDA). Secretario de la Alianza Iberoamericana de Nutricionistas (AIBAN). Presidente del Colegio de Dietistas-Nutricionistas de Navarra. Profesor de de Alimentación Hospitalaria en la Facultad de Enfermería y de Alimentación y Cultura, Deontología Profesional, Habilidades Culinarias y Dietética en el grado de Enfermería y Nutrición Humana y Dietética de la Universidad de les Illes Balears. Dietista-nutricionista y doctor por la Universidad de Navarra.