No es raro escuchar a alguien que desearía estar extremadamente delgado para entrar sin esfuerzos en su armario ideal y comete alguna que otra temeridad puntual para lograrlo, quien piensa en imitar a los romanos después de cada festín o se propone comer única y exclusivamente hojas verdes para estar en forma y ser feliz.
Atracones, purgas y estrategias relacionadas con mantener o bajar de peso han existido desde tiempos remotos. Pero, para muchos, estos trastornos de la conducta alimentaria (TCA) no son una opción meditada y consentida. “Son enfermedades mentales y así hay que tratarlas”, advierte la doctora Xandra Romero Casas, coordinadora del Grupo de Especialización en Nutrición en Trastornos de la Conducta Alimentaria (GE–NuTCA), de la Academia Española de Nutrición y Dietética.
Los primeros datos médicos son del siglo XVIII, pero es en las últimas décadas cuando han proliferado estudios y publicaciones para definirlos, clasificarlos y establecer las mejores estrategias para tratarlos.
Solo hay tres trastornos de la conducta alimentaria (TCA)
Se habla con la misma entidad de anorexia, bulimia, vigorexia, ortorexia y cualquier otra palabra terminada en –exia que la gente quiera inventar (léase ebriorexia, por ejemplo). Pero, a día de hoy, los trastornos de la conducta alimentaria con identidad diagnóstica propia son solo tres: “anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y trastorno por atracón”, afirma la dietista-nutricionista.
“La vigorexia (obsesión por una imagen musculada) o la ortorexia (obsesión por comer saludable) no tienen entidad diagnóstica propia, por lo que no podemos decir que sean trastornos de la conducta alimentaria. En estos casos hablamos de conducta alimentaria alterada”.
Otros se agrupan bajo el nombre de Trastornos de la Conducta Alimentaria No Especificados (TCANE) entre los que se encuentra, la anorexia nerviosa atípica. “Es de lo que más estamos viendo después de la pandemia y se diferencia de la anorexia nerviosa en que no hay un peso significativamente bajo, de hecho, se puede tener incluso sobrepeso si se partía de una obesidad”.
La experta advierte de que esta patología es tan grave, emocional y orgánicamente, como la anorexia nerviosa común. Otros TCANE son el trastorno por rumiación o el trastorno de la evitación o restricción de la ingesta alimentaria, más común en niños, “que rechazan sistemáticamente un alimento o grupos de alimentos”.
Así lo recoge el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM) que se revisa periódicamente para cambiar criterios diagnósticos e incluir o eliminar patologías según su prevalencia en la sociedad. Veamos cómo identificarlos.
Anorexia nerviosa
En la anorexia nerviosa confluyen cuatro aspectos:
- Miedo intenso a ganar peso (ponderofobia).
- Restricción de la ingesta nutricional por debajo de las necesidades del sujeto en relación su edad, sexo, desarrollo… “No se trata de no comer o comer muy poco. Los padres de un adolescente pueden ver que su hijo come y no preocuparse, pero quizá no está comiendo lo suficiente”, apunta la especialista en TCA.
- Tener un peso significativamente bajo que ponga en riesgo la salud de la persona: “No hace falta que lo veamos como una desnutrición muy evidente”, advierte.
- La alteración de la imagen corporal, es decir “de la percepción que uno tiene de su propio cuerpo”.
Bulimia nerviosa
La bulimia nerviosa se caracteriza por episodios recurrentes de atracones seguidos de comportamientos compensatorios posteriores, como “el vómito autoinducido, el abuso de laxantes y diuréticos, el ejercicio excesivo…”, al menos una vez a la semana durante tres meses. En ocasiones, estas conductas pueden ser previas: “Como sé que voy a comer, antes restrinjo las ingestas o hago ejercicio físico compulsivo…”.
Quienes la padecen, además, se autoevalúan a través del peso, “esto es, valorarse como persona a través de la imagen corporal”, concreta la Romero Casas.
Trastorno por atracón
El trastorno por atracón se diferencia de la bulimia en que después no hay una conducta compensatoria, es decir, “no hay abuso de laxantes ni diuréticos, ni hay vómito autoinducido ni ejercicio físico compulsivo”. Usualmente son personas que, como consecuencia del trastorno, tienden al sobrepeso o a la obesidad.
Señales generales de que “algo está pasando” con la alimentación
La dietista – nutricionista advierte que cada caso es único y no se puede generalizar, pero aporta algunas claves que pueden ayudarnos a identificar posibles casos de trastornos de alimentación en nuestro entorno y ordena las señales de alarma en 5 áreas:
Señales orgánicas o físicas
Alteración de los ciclos menstruales, fatiga muscular, alopecia (caída del pelo) o pelo ralo (con pérdida de densidad), uñas débiles que se rompen con facilidad, sequedad en la piel, hipotermia (más frío de lo normal), insomnio… Si hablamos de bulimia nerviosa habría, además, derrames en los ojos por los esfuerzos en las purgas, ronquera por el efecto del ácido en las cuerdas vocales…
Señales relacionadas con la imagen corporal
Tanto una pérdida como un aumento brusco de peso que no esté justificado con algo concreto que haya ocurrido. En caso de adolescentes o niños, el freno en el crecimiento o desarrollo. También un interés obsesivo por pesarse todo el tiempo o la distorsión de la imagen corporal, “es decir, que dé muestras de que, lo que ve de su cuerpo, no es lo que estamos viendo los demás”. Esconder el cuerpo con ropa muy ancha o, todo lo contrario, la exhibición de la delgadez o del cuerpo, aunque predomina una insatisfacción corporal constante.
Señales en la mesa y en la calle
Hay muchos casos con conducta ortoréxica, es decir, obsesión por comer saludable hasta el punto de que, si no hay algo saludable, no como o, si lo como, me siento culpable.
“Veo muchos casos de adolescentes que empiezan queriendo comer más sano y esto a los padres siempre les parece bien, pero hay que estar atentos porque puede ser el inicio de un trastorno de la conducta alimentaria”, advierte.
Otra señal de alarma es que aparezcan alimentos prohibidos que antes gustaban y se comían habitualmente como el pan, los macarrones, los dulces.
Son posibles los rituales alrededor de la comida como desmenuzarla, “operarla”, diseccionarla… Comer muy lento o muy rápido, querer comer solo, querer cocinar lo que se come o negarse a tomar un alimento que no tenga muy claro cómo se ha preparado.
También saltarse comidas, poner excusas, acudir a menudo al baño (para vomitar o para chequear el cuerpo en el espejo), consumo o abuso de laxantes o diuréticos, compra compulsiva de comida en público o ingesta compulsiva de comida “que provoca que encontremos envoltorios de alimentos en bolsillos y cajones”.
Si, de repente, empiezan a consumir mucha agua, mucho té, café, muchos chicles… “es otro signo de alarma para calmar un poco el hambre, al igual que caramelos sin azúcar o muchas especias en la comida”.
Y que aumente el ejercicio físico de manera llamativa o que, si no ha hecho ejercicio, no pueda comer determinadas cosas o hacer determinados planes.
Señales en el ámbito psicológico y mental
Una de las más evidentes son los cambios bruscos en el estado de ánimo, “están más tristes e irritables y puede aparecer ansiedad”.
En muchas ocasiones, también puede notarse un aumento de las horas de estudio: “No es raro que, cuando aparece el trastorno de alimentación, las notas, aunque siempre hayan sido muy buenas, de repente son excepcionales”, siendo muy común sobre todo en el caso de anorexia nerviosa.
También son habituales la autoexigencia y el perfeccionismo: “Ser la hija perfecta, la amiga perfecta, la hermana perfecta…”.
Señales en lo social
“Quedan menos con los amigos, quieren pasar mucho tiempo a solas”, disminuyen las relaciones sociales en general y, en particular, las que tienen que ver con la comida como cenas o cumpleaños.
¿Se pueden prevenir los trastornos de la conducta alimentaria?
La prevención es clave y en eso juega un papel muy importante la educación nutricional, consciente e inconsciente, que recibimos desde diferentes ámbitos.
En casa es importante no comparar entre hermanas, ni a las hijas con las madres, ni trasladarles complejos tipo: “Yo tengo las piernas gordas y tú has salido a mí”. La recomendación médica es tratar de fomentar la autoestima y que no esté puesta en el físico: “No hacer comentarios del cuerpo de los hijos, ni buenos ni malos porque se les quedan grabados”, advierte.
También es importante revisar la relación con la comida que tenemos los padres: “Igual que no podemos pretender que nuestros hijos no digan palabrotas si nosotros las decimos, no podemos pretender que un hijo tenga una relación sana con el cuerpo y la comida si yo estoy todo el día diciendo lo que no me gusta de mi cuerpo, no ceno, o estoy siempre pendiente de lo que engorda y de lo que no engorda. Nadie nace odiando su cuerpo ni rechazando la comida, lo vamos aprendiendo, y muchas veces es en el entorno más cercano”, determina.
La educación a este respecto que reciben los niños en el colegio no siempre es óptima. “Pacientes de 12 años me dicen que en clase calculan el índice de masa corporal [relación entre peso y altura] y lo comparan entre todos los alumnos, cuando en la adolescencia este índice no es objetivo”.
Tampoco –asegura– se da información correcta sobre lo que es una buena alimentación. “Los mensajes son muy restrictivos, del tipo ‘no hay que comer muchos carbohidratos’ o ‘no hay que comer muchas grasas’, y esto, que tiene muchísimos matices, según como se trasladen a niños y adolescentes, puede hacer mucho daño, porque igual que hay diferentes tipos de cuerpos, válidos todos, hay diferentes tipos de alimentación sana que pueden ser válidas”.
La sociedad ejerce mucha presión por la delgadez que ahora está trasladada principalmente a las redes sociales. Controlarlas es complicado y hasta inconveniente, “pero dentro de la educación nutricional debe estar fomentar el pensamiento crítico y que no se crean todo lo que ven, que se lo cuestionen y, sobre todo, en relación a las imágenes de cuerpos perfectos de instagrammers, etc”.
El ámbito sanitario también necesita evolucionar. “A veces se dan mensajes muy restrictivos sobre cómo tiene que ser la alimentación o se abordan problemas de sobrepeso delante de los niños en las consultas de pediatría”, explica Romero Casas quien también lamenta otros comentarios y conductas desafortunadas “como prescribir laxantes a un niño que no va al baño” sin tener en cuenta que puede ser por una escasa ingesta de alimentos o de agua.
“Si todos tenemos la mirada más amplia y estamos debidamente actualizados, los diagnósticos se harían mejor y más rápido”, concluye. Hablaríamos de una detección precoz, que es lo deseable.
Nos puede pasar a muchos. Desmontando el mito de mujer, joven y de país desarrollado.
Tradicionalmente se ha hablado de que la población de riesgo cumplía este patrón, pero la doctora lo pone en entredicho: “Los casos TCA en América Latina son llamativos. De hecho, México es uno de los países con tasas más altas de TCA”, afirma y explica que tiene más que ver el ideal de delgadez o el valor que se da a la imagen corporal en cada sociedad.
Aunque hoy todavía se habla de que, por cada nueve mujeres hay un varón con trastorno de la conducta alimentaria, “cada vez son más hombres los que tienen TCA pero buscan menos ayuda. En el caso de anorexia nerviosa, en mujeres hablamos de un 4% y en varones de un 0,3%. En bulimia nerviosa alrededor del 2% son mujeres y el 0,5% hombres. Donde más igualado está es en el trastorno por atracón: 3,5% mujeres y 2% hombres”.
Lo de jóvenes, tampoco está ya tan claro: “Es cierto que en la última década ha habido un descenso de 12 meses en la edad de debut de la enfermedad que ahora mismo está entre los 10 y los 20 años”. Lo adjudica, en parte, a la pandemia del Covid-19, que ha duplicado los casos ambulatorios y de hospitalización en todo el mundo y en España. “Sobre todo en menores entre 13 y 15 años cuyo origen está claramente en el confinamiento y en las actitudes que ahí surgieron como la preocupación por comer sano, por hacer mucho ejercicio, el aislamiento social, el abuso de las redes…”.
Recientemente están viendo también muchos casos de mujeres y hombres con debut tardío o trastornos perimenopaúsicos: “Los trastornos hormonales en la menopausia son muy similares en intensidad a los de la adolescencia. Y vemos que hay muchas mujeres que hacen un debut en TCA en el momento en que, por la menopausia, hay un cambio de la forma del cuerpo, envejecimiento…. En el caso de los hombres relacionado con la pérdida de fuerza muscular”.
Y no quiere dejar de apuntar que después de lo vivido, se habla más de salud mental lo que rebaja la vergüenza y culpabilidad que estos temas generaban antaño y favorece el diagnóstico precoz tan importante en casos de TCA.
Dónde se tratan las TCA
Hay tres escenarios de tratamiento en función de la gravedad de un TCA:
- Consultas externas o ambulatorias
- Hospitales de día “cuando la persona no puede ir a clase o a trabajar por toda la sintomatología tanto emocional como nutricional”
- Hospitalización, cuando hablamos de una gravedad ya extrema
“El tratamiento de un TCA es de, mínimo, un año” y no termina hasta que la persona puede cuidarse por sí misma, sin depender de familiares o amigos, tanto en el ámbito nutricional como en el emocional, y tiene herramientas para gestionar la ansiedad, tristeza, enfado…, sin necesidad de vehiculizarlo a través del cuerpo o la comida. “Con el tratamiento adecuado y la implicación de la familia, que es súper importante, se sale”, asegura.
Ante una señal de alarma, no esperes
La dietista – nutricionista es categórica: “No esperar, no pensar que podemos solucionarlo en casa porque estamos hablando de enfermedades mentales que son muy graves y que pueden cronificarse si no se solucionan a tiempo”. Romero Casas recomienda, además, no ir a cualquier psicólogo, a cualquier nutricionista o a cualquier psiquiatra, sino, “a quien esté especializados en TCA”.
El Consejo de ALDI
La adolescencia es una época de muchos cambios. Surgen inseguridades, retos y miedos que pueden favorecer la aparición de trastornos de la conducta alimentaria. Si es tu caso o conoces a alguien de tu entorno en esta situación, ayúdale a ponerse en manos de un profesional.
Xandra Romero. Diplomada en Nutrición Humana y Dietética por la Universidad del París y PhD por la Universidad de Barcelona. Miembro de la Academia, coordinadora del Grupo de Especialización en Nutrición en Trastornos de la Conducta Alimentaria (GE–NuTCA) de la Academia Española de Nutrición y Dietética, y miembro del Comité Científico Consultivo de la Academia. Es dietista-nutricionista clínica especializada en el abordaje de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y encargada del Hospital de Día de TCA infanto-juvenil de IMQ-AMSA.